
En Diciembre de 2018, Revista Demencia me otorgó un diploma por la aceptación de este cuento para ser publicado. Otro que pudo pasar el corte, como dicen en las películas sobre las escenas que llegan a la edición final, o de las selecciones -tan abundantes en internet- de los 10 más esto, o los cincuenta más de lo otro, y así. Aquí les dejo, pues, otra variante de mis grupos de cuentos, este de la categoría «Ellos entre nosotros». Gracias por leerlo, y déjame tu comentario si te mueve a hacerlo.
PREFERENCIA SEXUAL
«¡Está deliciosa!», concluyó él, después que analizara a su presa en detalle, repasando con la vista cada palmo de su presencia. Su condición de «amarilla» quedaba bien compensada con los atributos que la Naturaleza había acoplado con mano maestra, para formar un conjunto deseable hasta por sus más pequeños e intrascendentes componentes.
Así que no estaba nada mal para constituir su primer cambio. Había arrancado espasmos, suspiros, jadeos, gritos a decenas y decenas de hembras de su raza, pero aún no en ninguna fuera de ella. Y eso que su padre se había revolcado con varias negras en su vida de casado, inclusive, mientras su pobre madre…, bueno, lo hizo con un latino. En todo caso, parecía ser una muestra de la atracción que su estirpe superior ejercía sobre los colores de menor cuantía. Y en esta asiática se demostraba.
No se equivocó. Después de un par de miradas, regalarse mutuamente algunas sonrisas, varias copas, y el inevitable intercambio de palabras conminativas, supo que él se llevaba este gato al agua donde otros habían sólo calentado el asiento.
Después que ella hubo puesto sus ojos en cada rincón del salón, en cada rostro, en cada parecer, en cada pensamiento, escogió y aguardó, pero sin restringir las pequeñas estratagemas propias para atraer la atención de su elegido.
No tuvo que agotarse en una larga espera, aunque sí necesitó de ciertos rechazos para afianzar la legitimidad de su elección. Él llegó, resuelto, confiado en su atractivo y poder de macho a la caza, empujado por su pensamiento de dominar a la raza inferior, clavándole —como él mismo se promoviera— su pica de 24 centímetros.
En la cama, él comprendió enseguida con qué clase de «perla» había ido a dar. ¡Aquella «bicha» sí sabía cómo hacer lo suyo! Todo su ser, sus actitudes, sus movimientos descargaban un apabullante erotismo sobre el cuerpo del hombre, haciéndole experimentar sensaciones que no había sentido con tal intensidad desde aquel verano del dos mil seis cuando aquella «loca» lo librara de su virginidad. Solo que esta era mejor. ¡Nada mal para la «amarilla»!
Por eso le permitió tomar las riendas de la placentera contienda, luego que ella le tumbara de espaldas sobre el colchón y se trepara encima de su duro miembro para tragarlo con un apetito voraz, lubricándolo profusamente con cada espasmo de su vientre goloso.
Por eso…, y porque las bellas manos de la mujer hacían tanta presión sobre su pecho y estómago, que casi no le dejaba hacer movimiento alguno. Aún más: las largas uñas comenzaban a horadar la piel de sus bien formados músculos. Sin embargo, el hombre trataba de desviar su atención de esto y poner sus cinco sentidos en el acto sexual, pues… ¡Dios, a ese paso le haría eyacular en menos de cinco minutos!
Agarrando a la mujer por los brazos, quiso voltearla para quedar encima de ella, pero no logró moverla ni un milímetro, pues su suave y caliente cuerpo, vibrando ahora como nunca, era como una roca sembrada sobre la pelvis y los muslos de él. Un poco ofuscado, el macho intentó con mayor energía imponer su deseo, mas… una sensación indescriptible le paralizó por completo. Sintió como si algo húmedo y liso apretara con fuerza su pene, deslizándose arriba y abajo por él, mientras ejercía esa presión creciente. Quiso desembarazarse de ella, quien, con los ojos cerrados por el éxtasis, parecía ignorar su existencia, pero su intento pereció en el fracaso. También su garganta estaba atorada, por lo cual su maldición se atascó en su cabeza.
No pudo, por tanto, gritar cuando experimentó aquel profundo dolor en el pecho, que bajó por todo su tórax, sus testículos y su pene, doblándole el torso ligeramente hacia adelante. Ni tampoco cuando sus azorados ojos vieron el cuerpo de la mujer hincharse, como estirándose hacia atrás y los costados, aun con las uñas clavadas ya bien profundo en sus abdominales.
Con un ruido sordo, el cuerpo femenino estalló en pedazos, lanzando carne, huesos y sangre en todas direcciones. Entonces, el hombre cayó sobre el colchón, expirando y relajándose.
Unos minutos después, el «pura sangre» abrió los párpados, respiró profundo y se sentó, con lentitud, en la cama. Sin apuro, apartó de su cuerpo los despojos que sobre él dejara la mujer al reventar, y los lanzó al suelo. Un poco inseguro, mareado, plantó sus pies en el piso y se irguió sobre ellos, buscando equilibrio. Sabía que los primeros minutos de ocupar un cuerpo eran así: tenía que acostumbrarse a la nueva estructura, insertarse al ADN, adherirse a la columna vertebral, y controlar el cerebro. Pero eso era rápido…, como ahora…, que ya estaba pasando.
Miró en derredor y se regocijó con el panorama sanguinolento de la pequeña habitación salpicada por todas las partes integrantes de aquel ser humano que había sido su morada hasta… que escogiera a éste como sustituto. ¡En verdad esta parte la disfrutaba tanto!
En el baño, su recién adquirida anatomía se reflejó en un espejo largo y sucio. Aunque todavía el glande estaba siendo regenerado, después que se pulverizara en el intercambio, ya no sangraba, y las heridas del abdomen igualmente iban desapareciendo bajo la rápida cicatrización que el parásito lograba en ellas. Se encogió de hombros y suspiró. A pesar de que aquel era un cuerpo masculino deseado, definitivamente las mujeres eran más bellas y seguían siendo sus preferidas.
👍👍👍
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¡Gracias, mi hermano, pr el apoyo!
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