
Hace poco estábamos en casa hablando de grandes interpretaciones y actores cubanos y yo decía que, para mí, uno de los mejores era Enrique Molina, y el ejemplo que usé para apoyar a este candidato fue su papel de Lenin en una serie televisiva (yo nunca he visto la obra de teatro). Que no es el único que puede usarse.
Por eso, al enterarme de su fallecimiento, no pude sino pensar en presentarle mi respeto y admiración a este actorazo con un escrito en mi página. Decir lo mío a tiempo y sonriente.
Irónicamente, de un hombre que dio tanto en vida la internet está repleta de noticias de su muerte. De un actor tan extraordinario de lo que más se encuentra es de su final ordinario como otra víctima de ese flagelo tan común hoy —no por eso menos odiado—: infectado de COVID-19.
Nace una vida.
Varias fuentes dicen que Enrique Molina Hernández, de origen muy humilde, nació en Santiago de Cuba, Oriente, pero otras, como «cubanos.gurú» lo sitúan en Bauta. Eso sí, todos coinciden en la fecha: 31 de octubre de 1943. Se dice que en esta ciudad vivió los primeros 15 años de su vida.
A Santiago se fue con su abuela, quien lo crio tras la muerte de su madre cuando tenía tan solo 4 años. Tuvo una niñez muy dura, junto a sus abuelos y 10 primos: abandonó la escuela a los 10 años para trabajar y hacía cualquier cosa para sobrevivir. Cuando se casó con Marta Mestre, una santiaguera, todavía era adolescente. Con ella tuvo sus primeros tres hijos.
Nace el actor.
En la década de los 60 es cuando la necesidad lo lleva a optar por la actuación. Así que se inició dentro de un grupo perteneciente al Sindicato de Trabajadores Gastronómicos en 1963, para ingresar después en aquel colectivo fundador, el Conjunto Dramático de Oriente en 1964.
En un artículo publicado por «teleyradio.blogia» el 23 de mayo del 2007, así es como lo recuerda Molina:
«Supe de una convocatoria del Conjunto Dramático de Oriente, que así se llamaba en aquella época, y me presenté; sin embargo, me desaprobaron. Pienso que ese interés por la actuación nació de una situación económica, porque entonces ganaba 69 pesos mensuales (como dependiente de cafetería), y tenía un hijo —me casé muy joven, a los 18 años ya era papá—. Me enteré de que en el grupo de teatro les pagaban 150 pesos a los actores, y eso acabó por decidirme: la posible mejoría económica, tanto fue así que volví a insistir».
«Félix Pérez me dijo que regresara, que él hablaría con los directores. Y parece que sí, porque me aceptó el mismo que me había rechazado anteriormente. Quizá él también se sensibilizó con mi problema».
«Recibí realmente muchísima ayuda de los actores y las actrices que estaban allí, fundamentalmente de Félix, de Raúl Pomares, de Luis Carreres, y muchos otros. De ese modo fui descubriendo poco a poco la actuación, la fui sintiendo, hasta el día de hoy».



Félix Pérez Ortis, Raúl Ramón Pomares Bory y Luis Carreres de izquierda a derecha.
Al crearse en Santiago la emisora de televisión Tele Rebelde, se integra en 1968 a este medio, en el cual permanece hasta 1970, fecha en que se va a La Habana.
Despunta el profesional.
Enrique Molina le dijo a teleyradio.blogia: «Ya estando en teatro, empecé a asistir a la CMKC para hacer la programación dramática y aprender la lectura interpretativa que se hacía en los espacios radiales, pero la verdad es que nunca fui ni regular, es un medio donde nunca di pie con bola».

«Más tarde, el mismo grupo de teatro hizo una selección de seis actores que envió a la capital para que recibiéramos un seminario impartido por Humberto Arenal (en 1969)».
«A nuestro regreso ya se fundaba Tele Rebelde, y los compañeros del canal comenzaron a visitar al grupo de teatro, al Guiñol, al Conjunto Folclórico de Santiago para conformar la plantilla. Me probaron, me preguntaron si quería pasar y acepté».
«El teatro fue muy fugaz».
No obstante, sería en el teatro donde por vez primera Enrique Molina demostraría y establecería qué tipo de actuaciones nos iba a entregar en su carrera, al interpretar a Vladímir Ilích Lenin en la inolvidable pieza «El carrillón del Kremlin» en 1967.
Por eso se fue a La Habana, adonde se dice que llegó con un maletín en el que solo traía dos pantalones y tres camisas, además de 28 pesos en el bolsillo y una carta de recomendación que decía que era actor en Santiago de Cuba y que si era posible que le dieran trabajo en La Habana. Al decir de Molina: «con un maletín lleno de sueños me detuve frente al edificio del actual ICRT».
A los pocos días de llegar, empezó una nueva relación con su segunda esposa, Elsa Ruiz, con quien vivió hasta su fallecimiento en el 2020.
A partir de esa fecha fue desarrollando una extensa e importante obra artística, actuando en obras de teatro, en múltiples programas seriados y no seriados de la radio y la televisión cubana y en trece largometrajes.
La interpretación de Lenin.

De ella se dice ser «el Lenin más convincente que se haya visto en el mundo hispano». Encontrar información de cosas como esta que recuerdo de cuando era niño es harto difícil. Hay más chance de encontrar a Buster Keaton y el cine mudo que lo necesario para hacer mejor este artículo.
Es probable que la representación que Molina hizo de Lenin que yo recuerde sea la de la miniserie «Relatos sobre Lenin» de televisión —pues yo nunca vi la versión teatral—, que varias fuentes la colocan en 1971, pero otra, como «cubadebate» lo hacen en 1982.

En resumen, Molina hizo un estudio exhaustivo de Lenin para interpretarlo. Recuerdo que él mismo explicó que había visto todo el material fílmico que pudo sobre Lenin para poder imitar su voz —Molina contaba que el líder soviético tenía una peculiaridad al hablar—, su físico, su expresión corporal.
Esa actuación —hasta donde recuerdo— recibió la felicitación de la Embajada de la URSS —hoy simplemente Rusia— en Cuba.
El actor también participó en los siguientes montajes:
Santiago 57 | El algodón ciego a los pájaros |
El herrero y el diablo | Tres historias para ser contadas |
El último visitante | Juego eterno |
Se secó el arroyito |
Entrada en la televisión.

Luego de una breve incursión en las llamadas «teleclases» para estudiantes locales, que comenzaban por entonces, Molina hace su debut en televisión con el papel de un agente de inteligencia en «Los comandos del silencio», junto a Salvador Wood, Rogelio Blaín, Miguel Navarro, Iván Colas, Manolín Álvarez, Carlos Gili, Annia Linares.
¿Recuerdan el tema de esa «Aventura»?

Su icónico personaje Silvestre Cañizo —gracias a quien se dice que todo el mundo reconocía a Enrique Molina en la calle—, en la telenovela «Tierra Brava», inspirada en la novela «Medialuna» de Dora Alonso, apenas tiene relevancia en la obra original.
Sin embargo, Molina se dio a la tarea de darle importancia, incluso investigando con doctores sobre el físico del personaje.
Por cierto, debido al maquillaje del ojo deformado, el actor se infectó con estafilococo.
En su paso por los más variados espacios de la programación dramatizada, sobresale su rol dentro del serial «El regreso de David», la segunda parte de «En silencio ha tenido que ser».

«Cuando el director de la serie, Jesús Cabrera, me llevó a Nicaragua para filmar, me dijo que mi personaje, Matías, debía morir en el primer capítulo. Pero acabó “viviendo” durante todo el serial», contaba Molina.
El actor también dijo, en alguna entrevista, que para preparar su personaje estuvo viviendo con los campesinos nicaragüenses que vivían en la zona donde serían las filmaciones. De esa manera, Enrique aprendió las inflexiones en el habla y las expresiones de los lugareños.
La lista de personajes en series televisivas es extenso, acorde a su participación en ellas:
Rebelión | El Cacique Arimao |
Los comandos del silencio | El pampino |
La guerrilla del altiplano | Viva Puerto Rico libre |
De cara a todos los huracanes | La retaguardia del enemigo |
Soledad en compañía | Como un sol de fuego |
Hermanos | Descamisados |
El carrillón del Kremlin | Relatos sobre Lenin |
El retorno de David | La gran rebelión |
Algo más que soñar | Por el mismo camino |
El tiempo joven no muere | La delegada |
Historias de hombres duros | El capitán Rolando |
Su propia guerra | Primavera con una esquina rota |
Tierra Brava | Operación |
Coraje | Polvo en el viento |
Pero Enrique Molina se declaraba incapaz de preferir a alguno por encima de otros, como le dijo a un periodista: «Tú, como espectador, sí puedes hacerlo, pero yo, que les doy vida los quiero a todos».
En la pantalla grande.

Enrique hace su debut en el cine en 1973 con «El hombre de Maisinicú», del realizador Manuel Pérez Paredes, otra historia de espionaje sobre el agente de la seguridad cubana Alberto Delgado Delgado.
En la foto, Alberto y su esposa Tomasa del Pino.
«Esa fue mi primera película, mi primer contacto con Manuel Pérez para quien también era su ópera prima», le dijo Enrique a teleyradio.blogia. «Para mí fue una experiencia muy impactante, independientemente de que asumí un personaje que no tenía mucha trayectoria en la película».

«Lo que más me interesó de aquella historia fue conocer a Manolo como realizador, como ser humano, sus inquietudes, su manera de dirigir a los actores. Luego tuve la suerte de acompañarlo en “La segunda hora de Esteban Zayas”, y más recientemente en “Páginas del diario de Mauricio”».
«De sus cuatro películas, yo he estado en todas, excepto en “Río Negro”. Manolo es de esas personas con las que uno siempre quisiera seguir trabajando, por su talento, por su capacidad, por el rigor con el que se desempeña».




Por cierto, en la película, Maisinicú, con esa «i» entre la «a» y la «s», no es el nombre original. Fue estrategia para hacerlo más grato al oído al pronunciarlo y más “pegajoso” el nombre del lugar. Luego, el literato cienfueguero Luis Ramírez utilizó el nombre real de la finca, al narrar la historia en su libro. Pero Masinicú y Maisinicú se refieren al mismo paraje.
Su lista de largometrajes y cortometrajes para cine tuvo esta extensión:
1973 – El hombre de Maisinicú | 1981 – Polvo rojo |
1984 – La segunda hora de Esteban Zayas Jíbaro | 1985 – En tres y dos Una novia para David |
1990 – Alicia en el pueblo de Maravillas Caravana Hello Hemingway | 1994 – Derecho de asilo |
1997 – Kleines Tropicana | 1999 – Un paraíso bajo las estrellas |
2000 – Hacerse el sueco | 2001 – Video de familia ¿Quién eres tú? (cortometraje) Video de Familia (cortometraje) El Último vagón (cortometraje) |
2002 – Concurso (cortometraje) | 2004 – La Revelación (cortometraje) ¿La vida en rosa? |
2005 – Páginas del diario de Mauricio 90 millas Barrio Cuba | 2006 – El Benny Mañana |
2008 – El cuerno de la abundancia | 2009 – Lisanka |
2016 – La cosa humana |
El proyecto frustrado.
El actor le confesó al programa «Al mediodía» que su trabajo como Lenin inspiró a Lillian Llerena, la directora de los cinco relatos sobre Lenin, a realizar algo similar con José Martí. Pero para interpretar a nuestro héroe nacional, Molina tendría que pasar por varias transformaciones y un arduo trabajo de preparación.
«¿Podía aspirar un actor en Cuba a algo mayor: darle mi cuerpo y mi alma a Martí?», le dijo Enrique Molina a Juventud Rebelde en línea, un artículo que José Luis Estrada Betancourt publicara el 19 de mayo del 2015.
Nadie mejor para explicar este fiasco que el propio actor:
«Te lo cuento, porque me lo preguntas, porque es una manera de mostrar cómo los actores también nos sacrificamos para hacer nuestra labor. Y es que somos románticos, soñadores».
«Fue un hermoso proyecto que se convirtió en el sueño más ambicioso y querido para mí desde que me involucró la directora Lilian Llerena».
La idea surgió a partir de «Relatos sobre Lenin», que cerrara el ciclo comenzado con «El carrillón del Kremlin», cinco años antes.
«(…) la dirección de la TVC le planteó a Llerena (…) la necesidad de que se llevara adelante un proyecto sobre Martí, similar a aquellos valiosos cinco cuentos que se habían rodado, y que recreaban diferentes momentos de la existencia del eminente ruso. Lilian, ferviente admiradora de la vida y obra del Apóstol, enseguida aceptó. Únicamente pidió un poco de tiempo para (…) hallar al actor que asumiría el enorme desafío».
«Me parece estar viendo a Lilian en mi casa pidiéndole nuestro álbum de boda a mi esposa. De repente se detuvo en una foto y me preguntó: “¿Tú serías capaz de ponerte en el peso que tenías cuando se casaron? ¿Te someterías a una operación de la nariz?”».
«Quienes aún conservan fresca la imagen de cuando hice el Matías de “En silencio ha tenido que ser” recordarán que mi nariz actual no tiene nada que ver con la que traje “de fábrica”. Nací con una bien cuadrada».
Ambos visitaron al cirujano esteta William Gil, a quien le pidieron hiciese la operación de la nariz. El resto correría por Enrique —bajar las libras necesarias— y las maquillistas, quienes se responsabilizarían con completar la caracterización.
«Pero William Gil estaba más “loco” que nosotros. “Tráeme fotos tuyas”, me pidió. “De perfil, de frente… Fotos de Lenin de perfil y de frente; de Martí de perfil y de frente… Es para sentarme a estudiar y decidir cómo te opero, de modo que en el futuro puedas volver a interpretar a Lenin y a otros personajes».



«Como al mes, William Gil me mandó a buscar (…) Me ingresó en el Clínico Quirúrgico y me dijo: “Lo primero que toca es bajar casi 40 libras”. Después de una dieta rigurosa, logré perder 42 en el transcurso de un mes».
«El sacrificio fue tremendo. Al punto de que un día me tuvieron que recoger en el piso. Era demasiado lo que estaba haciendo».
«El médico me dijo: “Bueno, yo calculo siete operaciones. Sucede que la nariz no te la puedo reconstruir de una vez, sino en dos partes. Debo separarte las orejas, porque Martí era un poco orejón; rodarte el nacimiento del pelo un centímetro y medio hacia atrás; operarte los ojos, para que se vean abiertos, porque tú eres achinado. Luego someterte a otra cirugía para eliminarte esa piel que te cuelga por las libras perdidas”».
«¡Siete cirugías! ¡Una por mes! Sin embargo, no había nada que pudiera interponerse ante mi empeño de interpretar al Maestro».
«Durante esos siete meses, Lilian Llerena se mantuvo día por día al lado de mi cama con la obra de Martí en sus manos. Porque ella necesitaba que yo dominara al dedillo cada uno de los detalles de la fabulosa vida de ese hombre irrepetible, de su riquísimo mundo interior. Y yo acostado, sin poder salir del hospital, escuchando con absoluta atención».
«Al cabo del tiempo (…) nos volcamos a trabajar en la casa de Lilian. Llegaba allí a las nueve de la mañana y entraba por mi puerta a las nueve de la noche. Trabajando y ensayando como un par de poseídos los dos. Éramos muy conscientes de a qué nos íbamos a exponer».
«Sabemos que cada cubano tiene su propio Martí en la cabeza. Por tanto, debíamos entregar un Martí que complaciera la imaginación de todo un pueblo. A la vez no nos quedaban dudas de que nuestro Martí no debía ser como aquel que vemos en las promociones de la televisión: el soñador, el pensador ensimismado, escribiendo bajo una palma.»
«No, el organizador de la Guerra Necesaria, el extraordinario escritor, el enorme intelectual, no era así. Flaquito sí, pero muy dinámico. Lo afirmaban las personas que convivieron con él 15 años en Nueva York, quienes relataban que jamás lo vieron subir o bajar una escalera de peldaño en peldaño, sino que se saltaba dos o tres, que lograba una velocidad tremenda en su andar»
«No, de ninguna manera podía ser un hombre lento ni demasiado apacible. Martí tenía que ser como una explosión».
«Ya nos encontrábamos en la etapa de las reuniones para determinar el casting en el que seleccionaríamos a los demás actores y actrices (…) En lugar de cinco cuentos, serían 15 largometrajes que se filmarían en 16 milímetros para la televisión, de forma que quedaran para la posteridad; algo que, por supuesto, costaba mucho dinero».

«Empezando porque había que reconstruir muchos de los sitios de La Habana vinculados con la adolescencia y la juventud del Apóstol; una etapa que interpretaría Rolando Brito. Yo asumiría el personaje a partir de que pusiera sus pies en Estados Unidos hasta su regreso a Cuba, y su prematura y dolorosa muerte».
«Jamás olvidaré aquella terrible tarde en que (…) se apareció alguien a pedirnos a Lilian y a mí que nos comunicáramos con urgencia con la presidencia del ICRT».
«Nos dirigimos hasta allí creyendo que se trataba de problemas con el vestuario o las telas (…) Y entonces me dijeron esas palabras que todavía hoy, a pesar de los muchos años transcurridos, puedo repetir de memoria: “Molina, si estuviera en mis manos, por el sacrificio que has hecho para interpretar a Martí, yo convocaba a todos los cubanos en la Plaza de la Revolución y les hacía saber lo que has hecho. Pero debo decirte que se suspendió el proyecto. Nos acaban de reunir para informarnos que en breve comenzará el período especial y que no habrá dinero ni para hacer medio capítulo”».
«Nadie puede imaginar lo que pasó por mi cabeza y mi corazón en ese instante. Salí de allí sin decir media palabra. Bajé los nueve pisos del ICRT como atolondrado, porque ni el elevador cogí».

«Comencé a caminar, pero no me sentía ni los pies. Por aquel tiempo vivíamos al lado del hotel Riviera, así que enfilé buscando la calle Línea. Sí notaba que la gente me miraba como si hubiera en mí algo raro. Cuando por fin llegué a casa, mi mujer se percató de que el mundo se me había caído encima: Entré llorando».
«(…) había vencido todo el trayecto sin poder evitar que las lágrimas salieran solas. El trauma fue violento. Son de esas vivencias que a uno le duele mucho recordar».
«Algunos se refieren al período especial como aquella etapa angustiosa de tantas vicisitudes, mas en lo personal significó la pérdida de mi más grande sueño: poder interpretar a Martí, tal y como lo había pensado, tal y como lo habíamos trabajado».
«Y el dolor y la vergüenza no acaban. Me duele que han pasado los años y continuamos sin ofrecerle a este pueblo, desde la pantalla, la imagen verdadera de José Martí».

«Por supuesto que le agradezco infinitamente al maestro Fernando Pérez, que con su maravillosa película “José Martí: el ojo del canario” nos entregara a un niño y a un adolescente verosímil, vivo. Pero nos sigue faltando el adulto. Lo tenemos hasta en el billete de un peso, pero es una imagen fría, lejana, como la del busto o el pedestal».
«Duele. Dolió. Me sentí medio perdido, como que ya en esta profesión nada más tendría verdadero sentido. Entonces le anuncié a mi esposa: “Voy a pedir la jubilación; me retiraré. No puedo seguir como actor. Lo que acabo de vivir ha lacerado mi alma”».

«Me encerré en la casa sin querer salir a ninguna parte. Pero es difícil renunciar a lo que en verdad se ama. Lo supe cuando se me apareció el director Eduardo Macías, que ya no estaba viviendo en Cuba. “Vámonos. Te llevo para Camagüey a hacer las aventuras de los hermanos Iznaga”».
«Me fui para Camagüey a filmar aquella serie que se llamó “Hermanos”, con Rogelio Blaín y un equipo maravilloso de actores y técnicos, con los que estuve como siete meses en esa provincia».
«Cuando regresé a La Habana me enrolé en otras cosas y la vida tomó nuevamente su cauce».

Ahí vino la experiencia estelar de Silvestre Cañizo en «Tierra Brava» de 1997.
No te pierdas la continuación de este mi modesto reconocimiento lleno de cariño y respeto por este gigantesco actor cubano.