
«Los chicos a menudo me preguntaban sobre Estados Unidos, especialmente cómo nos vestíamos y qué tipo de música nos gustaba. Todo el mundo quería saber cómo vivía yo, y a veces por las noches hablábamos de guerra y paz, pero parecía superfluo, porque todo el mundo trataba bien a Estados Unidos y, por supuesto, no quería ninguna guerra».
Samantha Smith
Llegada a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Con la llegada a los medios de difusión de la carta escrita a Samantha y el consentimiento de los padres de ella a viajar a la Unión Soviética, la familia Smith se inundó de cartas de estadounidenses, la mayoría de los cuales apoyaban la decisión de Samantha.

Muchos, sin embargo, criticaron duramente su próxima visita, alegando que era simplemente una estratagema de propaganda de los comunistas. Una muestra inequívoca de quienes ven la paja en el ojo ajeno. Fíjense en la estrella que dibujó en la tarjeta.
La traducción del mensaje lo puedes leer en el punto 1 de este enlace: https://elabrevaderojm.com/2021/08/22/textos-informativos-relacionados-con-25-de-agosto-de-1985-a-36-anos-de-su-muerte-mi-homenaje-a-la-memoria-de-samantha-smith-iii/
Hasta cierto punto, tenían razón: Andrópov vio con claridad la visita de Smith como una oportunidad para tratar de disipar algunas impresiones negativas del país. Por otro lado, Andrópov también tenía claro que quería tener relaciones más estrechas con Occidente, y su invitación a la pequeña era una forma de indicar este deseo.
En medio de una retórica hostil, donde Reagan llamó «imperio del mal» a la Unión Soviética y Andrópov comparó a Reagan con Hitler, el 7 de julio de 1983, Samantha voló tras «la cortina de hierro», a Moscú, con sus padres y un séquito de prensa que rivalizaba con la de cualquier celebridad, y así se metió en la espesura de la política de la Guerra Fría.
Los Smith aterrizaron en el aeropuerto de Sheremétyevo el 8 de julio de 1983 en un vuelo de Aeroflot desde Montreal. En el aeropuerto los recibieron sus dos guías para el viaje, Gennady Fedosov y Natasha Semenikhina —luego Batova—, una gran multitud de periodistas emocionados de todo el mundo, deseosos de capturar el momento de la llegada de la joven embajadora de buena voluntad, y representantes de varias organizaciones soviéticas.




Se organizó una breve conferencia de prensa antes de que fueran trasladados con urgencia al famoso Hotel Soviétskaya, una clara indicación de su tratamiento como «persona muy importante», y la antesala a lo que prometía convertirse en una historia de cuento de hadas seguida con entusiasmo por más de treinta periodistas acreditados de la nación anfitriona, el bloque del este, y occidentales de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la República Federal Alemana.
Cada uno de los días del viaje comenzó con una conferencia de prensa.
Tras «la cortina de hierro».

Los medios la siguieron a cada paso: las fotografías y artículos sobre ella fueron publicados por los principales periódicos y revistas soviéticas a lo largo de su viaje y después de él. Samantha se hizo muy conocida por los ciudadanos soviéticos y fue bien considerada por muchos de ellos.
En los Estados Unidos, el evento atrajo sospechas y algunos lo consideraron como un «truco de relaciones públicas al estilo estadounidense». Todo ladrón juzga por su condición.
En el transcurso de dos semanas, Samantha visitó Leningrado, Moscú y el campamento de pioneros de Artek en una gira cuidadosamente organizada. Sin embargo, también encontró tiempo para hablar con grupos de ciudadanos soviéticos que no hicieron ningún intento de ocultar algunos de los problemas que enfrentaba su nación, en particular la escasez de alimentos.

Después de visitar Artek, Samantha lo hizo a Leningrado, donde estuvo en los lugares clave de la Revolución Rusa y el Cementerio Memorial Piskaryóvskoye, dedicado a las víctimas del asedio de 900 días de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, colocó una corona de flores en una fosa común y leyó el diario de Tatiana Sávicheva.

Samantha vio una actuación en el Teatro de Ópera y Ballet Kírov, visitó el palacio Peterhof, el Museo del Hermitage y el Palacio de pioneros de Leningrado, donde los chicos organizaron una noche de cuentos de hadas rusos.
Samantha escribiría en su libro, posteriormente, que en Leningrado ella y sus padres se asombraron por la amabilidad de la gente y por los regalos que muchas personas les hicieron.


Samantha visitó Moscú dos veces, al principio de su viaje y al final.
En Moscú la familia visitó el Mausoleo de Lenin y el apartamento en el que este vivió. Samantha dijo que Vladimir Ilích Lenin para los soviéticos era como George Washington para los estadounidenses.








La familia también estuvo en el Kremlin, colocó flores en el lugar de entierro de Yuri Gagarin,
y en la Tumba del Soldado Desconocido, visitó la sala de reuniones del Soviet Supremo de la URSS, la Exposición de Logros de la Economía Nacional (VDNJ, que en ruso se pronuncia vedenjá), y un Palacio de pioneros.

La familia Smith, asimismo, visitó la Casa de la Amistad de los Pueblos Extranjeros de Moscú.
Otras visitas fueron al Circo de Moscú, el Museo del Juguete y el Centro Olímpico de Krylatskoye, donde vio la formación de gimnastas soviéticas y montó en la pista de bicicletas.
Samantha se reunió con la primera mujer cosmonauta Valentina Tereshkóva. Además, visitó al embajador estadounidense en la URSS, Arthur Hartman.



Desafortunadamente, los Smith no pudieron disfrutar de ninguna presentación en el famoso Teatro Bolshói de Moscú porque estaba cerrado por reparaciones.
Hablando en una conferencia de prensa en Moscú, declaró que «los rusos eran como nosotros».
Andrópov nunca se reunió con Samantha bajo el pretexto de estar muy ocupado, aunque hablaron por teléfono. Más tarde se descubrió que Andrópov se había enfermado gravemente y se había retirado del ojo público durante este tiempo.
No obstante, el mandatario le envió una tarjeta de visita y muchos regalos, deseándole paz y salud. A Samantha le gustaron, en especial, dos álbumes de fotos sobre su viaje. En respuesta, la niña le dio a Andrópov un libro con discursos de Mark Twain.
El campamento de pioneros de Artek.

En la guerra de propaganda entre Oriente y Occidente, Artek se convirtió en un escenario principal para la Unión Soviética para proyectar la imagen de los niños como activistas por la paz.
En esencia, se suponía que el campamento internacional cambiaría las percepciones de la Unión Soviética entre los visitantes del extranjero, para exponerlos a la educación soviética, aunque sólo fuera con brevedad, a fin de asegurar que las actividades y excursiones dieran una impresión positiva sobre el nivel de vida soviético que los invitados se llevarían a casa, y para presentar a la Unión Soviética como una nación multiétnica amante de la paz.
Samantha Smith no fue la primera niña estadounidense en visitar Artek. Delegaciones de niños estadounidenses asistieron al período de sesiones internacional desde finales del decenio de 1960. Sin embargo, sus visitas habían pasado inadvertidas en los medios de comunicación occidentales.

El Campamento pionero de Artek era un lugar verdaderamente mágico. Marchando hacia el campamento, Tracey Broadhead, una joven negra de Oakland, recordaba: «Me sentía como entrando en la fábrica de chocolate de Willy Wonka…, caminando en este mundo lleno de color y vitalidad, uniformes, y esas hermosas flores, árboles, y un océano con olas rompiendo en la orilla. Estaba muy feliz».
Artek era un lugar con su propia regla y estructuras. Sin embargo, la visita de una joven de América, invitada personal del secretario general, acompañada por un enorme séquito mediático internacional rompía toda norma. Samantha llegó al campamento en julio de 1983 varias semanas antes de la sesión internacional anual.
El campamento estaba lleno de niños de toda la Unión Soviética que habían discutido la correspondencia de Samantha con Andrópov durante la discusión política regular. Había una verdadera emoción en el campamento acerca de su visita. La mayoría de los niños nunca habían conocido a un estadounidense.

Cuando Samantha llegó al aeropuerto internacional de Simferópol fue recibida por un grupo de pioneros emocionados, que se unieron a ella en el viaje en autobús a Artek.
En Artek, la gerencia se estaba preparando para la recepción de Samantha: completaron el comedor, prepararon la mejor habitación. Ya en el campamento, miles de pioneros con sus uniformes se habían reunido para una ceremonia sosteniendo pancartas de bienvenida en inglés. Los pioneros corearon su nombre.



La niña fue recibida con una orquesta, flores y la canción «Que siempre brille el sol».
Samantha fue obsequiada con una barra de pan y un tazón de sal, una antigua tradición rusa para dar la bienvenida a los invitados de honor. La comitiva mediática, cuyo autobús había llegado tarde desde el aeropuerto, captó con entusiasmo esos momentos.


Se le ofreció elegir dónde quería vivir: con sus padres en el hotel o con las niñas en el campamento y ella, sin pensarlo, escogió quedarse con las niñas soviéticas. Sus padres accedieron a ello con la condición de que no fuera seguida a cada paso por los periodistas, sino solo en ocasiones especiales.
Para facilitar la comunicación, los maestros y los niños que hablaban inglés con fluidez fueron elegidos para permanecer en el edificio donde estaba alojada. Smith compartió un dormitorio con otras nueve chicas, entre las cuales estaba Natasha Kashirina, una niña de trece años de Leningrado.




El director del campamento asignó a Olga Volkova, una joven consejera de Artek, para convertirse en la líder pionera personal de Samantha y Natasha durante la duración de la estancia de la visitante.
La consejera y las niñas le pusieron a Samantha un uniforme de pionera y le ataron una corbata blanca y azul. A Samantha le gustó mucho el uniforme y se lo llevó consigo.


Samantha pasó una semana en este campamento de arte y recreación en Artek, haciendo lo que los niños hacían: reír, nadar, comer, bailar, reírse después de apagar las luces; Samantha aprendió canciones y bailes rusos. Según ella dijo en una conferencia de prensa antes de irse a casa, lo que más disfrutó fue nadar en el mar.












«No tuve problemas para hacer amigos. Desde mi cama podía mirar directamente a la playa rocosa y oler el mar Negro salado. No es realmente negro o diferente del Océano Atlántico».
En su recorrido por Artek, Samantha vio el rincón de los animales, un museo y una exposición espacial. La niña se interesó en especial por la sección de la exposición dedicada al vuelo espacial conjunto Soyuz-Apollo.
En el campamento, Samantha observó la rutina diaria habitual. Como todos los niños soviéticos hizo ejercicios, fue a la playa, y asistió a la excursión a Alupka, y también al mar para enviar mensajes tradicionales en botellas.






Durante su estancia en Artek, se rodó una película documental para el sexagésimo aniversario del campamento. Todavía hay tomas de Samantha cantando en inglés la canción «Que siempre brille el sol».
La estancia en Artek de Samantha captó la atención de la audiencia soviética y estadounidense por igual, causando reacciones muy diferentes. En la esfera soviética, la llamada «República de los Niños» —o sea, Artek—, representaba naturalmente una encarnación de la sociedad comunista prometida y un microcosmos de un mundo mejor, más pacífico y alegre.
Incluso para muchos ciudadanos soviéticos que se habían convertido en conformistas apáticos en la década de 1980, la existencia de cientos de campamentos de verano para niños se erigió como manifestaciones visibles de la vasta inversión del estado en educación y su cuidado de las generaciones futuras.

Artek, como campo de exhibición, asumió un simbolismo especial en la memoria colectiva de la infancia soviética. Y fue así que, con Artek, el público soviético comenzó a abrazar a Samantha como una de las suyas.

Por el contrario, muchos estadounidenses miraban con inquietud las imágenes de todos esos niños con uniformes de pioneros y una joven estadounidense entre ellos usando uno también.
El Boston Globe llamó a Artek «un símbolo de la hipocresía socialista soviética», alegando que era exclusivo de los niños de la élite soviética, algo que simplemente no era el caso.
El corresponsal de la CBS que informaba sobre el viaje trató de contrarrestar las imágenes de niños felices nadando en el Mar Negro, mostrando imágenes de una película soviética que mostraba a jóvenes pioneros en entrenamiento y ejercicio paramilitar.



¿Serían estos de arriba, fotografiados in fraganti, los pioneros que estaban entrenándose? Samantha incluida…
El mensaje editorial, como comentó Gayle Warner, fue que «bajo la superficie sonriente y soleada de Artek se escondía un campo de entrenamiento comunista».
No en balde en Estados Unidos había quien pensaba que los «rusos» eran verdes con antenas en la cabeza.
Los medios de comunicación de tendencia conservadora en los Estados Unidos no pudieron ser menos impresionados. El 18 de julio, pocos días después de que Samantha hubiera dejado Artek, el U.S. News and World Report publicó un artículo atacando su viaje con el titular «Samantha Smith: Peón en guerra de propaganda».
Independientemente de las inclinaciones políticas de los periódicos, los editores recibían numerosas cartas de sus lectores destacando la evaluación divisiva del esfuerzo de Samantha. Los Angeles Times, por ejemplo, imprimió seis cartas el 25 de julio de 1983.
Tres de las cartas la caracterizaron como una tonta de propaganda soviética. Sus críticas agudas, agresivas y a veces sarcásticas planteaban el historial de derechos humanos del régimen soviético, la cuestión de la emigración judía, el encarcelamiento de disidentes en hospitales psiquiátricos y los costos humanos de la guerra en Afganistán.
Las otras tres cartas, sin embargo, menos detalladas y mucho más cortas, enfatizaban su papel en romper el discurso del conflicto. Matthew Stern de Reseda afirmó que «en medio de la retórica de la estrategia militar y la ideología política, Samantha Smith nos ha demostrado que los rusos no son menos humanos o diferentes a nosotros. A su vez, ha mostrado al país de acogida el lado humano de nuestro país».
Los soviéticos estaban muy conscientes del hecho de que el viaje sería reportado como un truco de propaganda en ciertas partes del panorama de los medios de comunicación en Estados Unidos y sería visto como tal por muchos estadounidenses.
Es interesante, en este contexto, que la prensa y algunos de los propios protagonistas soviéticos prestaran especial atención a la cuestión de cómo Samantha Smith terminó vistiendo un uniforme de pionero de Artek.
Por un lado, estas imágenes fueron en extremo valiosas para la narrativa soviética emergente de la joven estadounidense que abrazó las costumbres y la cultura del país anfitrión. Por otro lado, los soviéticos estaban interesados en evitar alimentar el discurso crítico occidental que enfatizaba la explotación de la inocente e ingenua niña de Maine para la propaganda soviética.
La narrativa en los medios estadounidenses siguió siendo discutida, con historias negativas y positivas sobre el viaje de la joven embajadora cultural que se publicaron a lo largo del verano de 1983.
Sin embargo, en la Unión Soviética, las imágenes de la chica estadounidense risueña y sonriente, divirtiéndose mucho con sus pares soviéticos en Artek proporcionaron a la prensa evidencia visual para producir una narrativa coherente de una joven estadounidense que abrazó con entusiasmo al país que la acogió y se convenció de que «los rusos, como los estadounidenses, no quieren la guerra».



Esto quizás se resumió mejor en la tradición altamente simbólica de Artek de llevar a los niños en un barco a las aguas neutrales del Mar Negro para poner a flotar una botella con mensajes de los jóvenes activistas por la paz.

Samantha, Natasha y otros pioneros soviéticos salieron juntos y lanzaron una botella al mar. Samantha escribió: «Paz para la vida»; su amiga Natasha: «No quiero la guerra, quiero estudiar y vivir en paz».
El periódico infantil, Pionerskaya Pravda, cubrió de cerca el viaje para el público joven soviético y adoptó a Samantha como una de las suyas.

Para cuando el viaje de Samantha llegó a su fin, el periódico había recibido cartas y dibujos de muchos niños dirigidos a Samantha. Se los entregaron como regalo de despedida.
Samantha se convirtió en un ícono de la amistad soviético-estadounidense para las organizaciones pioneras, la cara amiga del adversario ideológico.

Si bien una relación especial se estaba desarrollando claramente entre los niños soviéticos y la imagen de Samantha Smith como Embajadora de Buena Voluntad de la Paz, es importante señalar que ella también empatizó con el público soviético en general.
En contraste con las claras imágenes cargadas ideológicamente de Samantha entre los pioneros con el uniforme de Artek, las imágenes de esta inocente y hermosa chica estadounidense visitando un circo o teatro ruso, vistiéndose con un traje tradicional ruso de sarafán de seda y un kokoshnik, mostraron a un visitante amable abrazando abierta y entusiastamente la cultura de su anfitrión.





Esto, como era de esperar, apeló al fuertemente desarrollado sentido público de orgullo cultural, encantó a una audiencia mucho más amplia y permitió que Samantha fuera llevada a su corazón colectivo.
Al final, puede haber sido ventajoso que la reunión con Andrópov nunca se llevara a cabo debido a su mala salud, pues así su visita no fue totalmente condicionada y eclipsada por la alta política. Samantha se convirtió en una novia estadounidense-soviética, la cara buena de Estados Unidos.
En la despedida, Samantha dijo: «Extrañaré a mis amigos de otro país. Seguiremos siendo amigos en el futuro. Dejemos que nuestros países también sean amigos. Algún día espero volver aquí. ¡Te amo, Artek!».
Aquí se cierra el capítulo de la visita de Samantha Smith a la Unión Soviética, pero no se termina su historia que, aún efímera, resonó más que cualquier campana en cualquier campanario. Por tanto, sígueme a la cuarta entrega con el regreso a casa de la niña que, ajena a la lucha ideológica de los adultos, disfrutó su viaje y cumplió su objetivo personal.